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Arriesgado Viaje

Odisea insólita de una experimentada viajera

Alias: MINERVA

Una mujer de mediana edad con un gran bolso al brazo llega al centro del escenario, bosteza y se despereza. Mira a los espectadores.

Disculpen. Esta noche no he pegado ojo. Me ocurre cuando al día siguiente voy a emprender un viaje. Y eso que viajar, para mí, siempre ha sido un ejercicio continuo. Entre viajes de trabajo y placer, me he recorrido el mundo de punta a punta.

Se deja envolver voluptuosamente por sus evocaciones.

He atravesado las ardientes arenas de los desiertos de Arabia y me he refrescado en los frescos pozos de sus oasis, me he tendido en las otras arenas dulces de las playas brasileñas, he escalado las nieves perpetuas del Everest, he transitado la ruta de la Seda, reposando en todos sus caravasares, me he sumergido buscando corales en las cálidas aguas de la Polinesia, me perdí entre la multitud de Tokio, me reencontré en el corazón de la montaña cósmica del santuario de Borobudur, he leído incunables en la biblioteca de Alejandría, he asistido a una ópera china, a un happening en Nueva York, a un ritual de santería en Cuba, a una ceremonia sioux en las praderas de Nebraska, a un bar mitzba en Jerusalén, me he deslizado en canoa por los igarapés amazónicos plagados de orquídeas y pirañas, he participado en expediciones a ambos Polos y me he maravillado con sus auroras boreales y australes, me he deleitado con “La Flauta mágica” en el palacio de festivales de Salzburgo, dormí bajo un árbol de azufaifa en Basora, desperté en Damasco entre las ruinas de un bombardeo, me emborraché de aromático vino cretense en una taberna de Atenas al pie de la Acrópolis, me salvé del terremoto de Los Ángeles, he ascendido los siete pisos de la torre de Babel, he descendido a las profundas grutas de Capadocia, me he internado en el interior silencioso de la gran pirámide, he contemplado admirada las arcaicas figuras grabadas en el Uluru australiano y en el Tassili argelino, he llegado a las fuentes del Nilo Azul, siguiendo los pasos del mítico preste Juan, me he despeinado innumerables veces con la tramontana y me he empapado con el orvallo, me he deleitado con la fragancia sutil de los pétalos lunares del edelweiss, he escuchado arrobada las más hermosas historias contadas por un ciego en la plaza de Djemaa el Fna, he cruzado dos veces el estrecho de Magallanes...

Mis viajes no son tan sólo una fuente de distracción, como supongo que lo son para ustedes. Viajar, para mí es una pasión, una absoluta necesidad. No podría vivir sin salir de casa, necesito paisajes nuevos, territorios inexplorados, olores diferentes, sabores exóticos, sonidos insólitos… Preciso el riesgo, la aventura. Para mí, viajar es tan importante como respirar. La cotidianeidad de un día igual al siguiente me resulta insoportable. Mi pesadilla recurrente es permanecer en casa un día tras otro, observando las mismas paredes, oliendo los mismos aromas, comiendo los mismos víveres, escuchando los mismos sonidos monótonos…

Sin embargo, nadie me quita la noche de insomnio previa al viaje. Es una contradicción, lo sé, pero así somos los seres humanos, contradictorios, es nuestra esencia, nuestra manera de ser, no sé si genética o adquirida. ¿No están de acuerdo?... ¿A ustedes les ocurre lo mismo?...

Esta noche, los escasos momentos en que he logrado conciliar el sueño, los he pasado en un estado de duermevela donde se mezclaban en retahíla frenética las imágenes de todos los peligros posibles con que iba a encontrarme en este nuevo e insólito viaje.

Me he levantado cansada, me he mirado al espejo para darme ánimos, me he vestido cuidadosamente para la ocasión, he desayuno rápidamente, no quería llegar tarde, he agarrado la bolsa, (la agarra con fuerza.) he respirado profundamente intentando acallar el galope de mi corazón… y he abierto la puerta enfrentando la aventura…

(Da unos pasos al frente, colocándose en el proscenio.)

Aquí estoy. Aterrorizada, como supongo que lo están ustedes. Pero no podía dejar de venir.

(Pregunta a un espectador de la primera fila.)

¿Es usted el último?

(Observa al público de la sala.)

La cola es larga. Sí, ya veo. Todos esperamos nerviosos nuestro turno. El guardián de la puerta es estricto, de uno en uno… Pero tengamos paciencia. Tarde o temprano todos entraremos.

(Tras una pequeña pausa, escucha a alguien que se dirige a ella.)

¿Ya?... ¿Puedo pasar ya?... ¡Por fin! ¡Vamos allá!...

(Respira intensamente. Saca del bolso una mascarilla y unos guantes. Se los coloca y baja al patio de butacas.)

Aquí estoy. Sumergida en esta selva alimenticia a la que tantas veces viajé, este paisaje del súper tan familiar para mí en el pasado, que hoy se me ofrece como una jungla plagada de animales voraces e invisibles…

(Camina con prevención hacia el fondo de la sala, contemplando a los espectadores como si de anaqueles de víveres se tratara. Intenta tocar a alguno, pero se detiene siempre temerosa en el último momento.

Diabólicos bichos agazapados tras los coloridos envases, que saldrán a mi paso… y tal vez me devoren en su avidez insaciable.

(Sale al fin con la bolsa vacía.)


Autoria: Antonia Bueno





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